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  • : El blog de Sergio Esteban Vélez
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El color según los maestros

Guerra, Padura y Manet

2 agosto 2009 7 02 /08 /agosto /2009 13:40

 

 

La muestra que presenta por estos días el Museo de Antioquia hace apreciar la maravillosa mezcla de culturas que da vida a España y, de paso, al pueblo latinoamericano.

 

SERGIO ESTEBAN VÉLEZ

El Mundo, 13 de febrero de 2009

 

La exposición “España, encrucijada de civilizaciones”, con la cual se luce el  Museo de Antioquia, pretende mostrar una visión universalista de la península ibérica en la que el mestizaje y el cambio cultural se erigen como motores de conflicto y de convivencia. Una visión generalista que busca informar y motivar al  visitante, alejándolo de las visiones históricas tradicionales.

Esta muestra, lograda gracias a la colaboración de La Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior de España, SEACEX y el Museo Arqueológico de España, da cuenta de la historia de esa nación y de su transformación, a lo largo de miles de años.

Es así como se presentan los principales períodos históricos de esa patria, desde la Prehistoria, la Protohistoria y la Hispania Romana, hasta la Edad Moderna, bajo el dominio de las dinastías de los Austrias y los Borbones.

Entre los momentos y las ópticas que se enseñan, personalmente, la que más me interesa es la de la Hispania Medieval, momento en el cual esa tierra pudo gozar de la más fértil diversidad de culturas y credos.  Es por esto que me parece fascinante hacer una veloz evocación de los tiempos de Al Andalus y de las juderías de Toledo y de sus indudables contribuciones al enriquecimiento cultural e intelectual del pueblo ibérico.

Todo viene de que luego del fallecimiento de Mahoma, en el año 632, los musulmanes, que habían conseguido la unidad religiosa de la Península Arábiga, en cumplimiento de la obligación sagrada de difundir la fe, se dieron a la tarea de conquistar para Alá nuevos territorios, expandiéndose rápidamente por todo el Medio Oriente, Anatolia, Persia, Arabia, el norte de África y la Península Ibérica. 

Aquella Iberia, que los romanos tardaron 300 años en dominar, sería conquistada por los musulmanes en sólo tres años, y durante ocho siglos crecería su pensamiento por todo aquel soleado territorio.   Es imposible hablar de la Historia Española, sin analizar la influencia del islamismo en las costumbres culinarias, la arquitectura, la poesía, la música y la filosofía… y de como del árabe provienen centenares de palabras que diariamente pronunciamos los hispanófonos. 

Jugaron importante papel los sufitas, quienes ampliaron significativamente el horizonte de la filosofía musulmana en la península.  La España católica y monógama se convirtió en polígama y se nutrió con los conocimientos matemáticos, astronómicos, artísticos y médicos de los musulmanes.  Córdoba se consolidó como un esplendente califato y los Omeyas realizaron una sorprendente revolución cultural y urbanística, pero, a pesar de que su meta era convertir a los cristianos, estos permanecieron invictos en su fe, que se radicalizaba cada vez con más fuerza. 

En el año 1031, se destituye al último Califa de Córdoba y surgen los reinos Tahitas independientes, entre los cuales sobresale Granada, uno de los enclaves más cultos y bellos de la Europa Medieval, en el que descuella el magnífico palacio moro de la Alhambra, máximo monumento arquitectónico del Mundo Islámico de entonces. 

Luego de ocho siglos de intensas batallas, los reyes cristianos, que se habían fortalecido en las montañas del Norte, pudieron vencer, palmo a palmo, a los musulmanes y exterminar de su territorio la fe de Alá, pero, para aquel momento, ya la mezcla, de sangre y de conocimiento estaba dada y por eso el exquisito “savoir faire” de los musulmanes continuó vibrando en España, a través de las telas, las cerámicas, los perfumes, las esencias, las caballerías y los muebles del inolvidable estilo mudéjar.

Pero a la combinación entre cristianos y musulmanes hay que sumar el aporte de los judíos. Hay diversas versiones sobre la llegada del judaísmo a la península Ibérica: algunos aseveran que los llevó Nabucodonosor hace 25 siglos; que Noé arribó con su arca a tierras gallegas o que héroes legendarios españoles, como Hércules o Pirro participaron en la conquista de Jerusalén, trayendo de regreso a España multitud de judíos, que se dedicarían a sembrar viñedos fabulosos...  

Durante el Imperio Romano, hubo coexistencia pacífica entre los pueblos nativos, herederos de los antiguos hispanos, y los descendientes de Jacob, hasta que, comenzando el Medioevo, los reyes visigodos se convirtieron en los más fieles defensores del Cristianismo y el rey Sisebuto (antepasado de todos los paisas que tengamos el Jaramillo) decretó la persecución de los judíos, lo cual se afirmó con el beneplácito del Concilio de Toledo.  Pero estos ideales antihebraicos pasarían a un segundo plano cuando llegó la amenaza que constituyó para los cristianos la invasión de los moros. 

En estos días de las explosiones en Gaza, se confirma, una vez más, el repudio ancestral entre judíos y musulmanes (que existe desde tiempos de nuestro padre Abraham).  Pero, en el caso de la llegada de los musulmanes al territorio ibérico, paradójicamente, estos encontraron en los judíos poderosos aliados.   Hubo judíos que ocuparon altas posiciones en las cortes de los califas árabes, y los intelectuales de una y otra religión discutían sus tesis filosóficas en ciudades principalmente judías, como Granada.   Los judíos se convirtieron en mediadores entre el mundo material y el intelectual, y de su casta surgieron numerosos médicos, poetas, filósofos, recaudadores de impuestos y administradores públicos;  la habilidad de los judíos para el desempeño de estos dos últimos oficios suscitó el odio de muchos cristianos, lo cual se sumó a que los judíos eran grandes prestamistas y cobraban altos intereses, lo cual estaba prohibido por la Iglesia.   Su capacidad financiera orientó a España durante todo el Medioevo y fueron influyentes hasta en los más elevados santuarios cristianos, como Santiago de Compostela.   Las persecuciones contra ellos no fueron muy significativas en la Alta Edad Media y los judíos alcanzaron su esplendor en la España de los siglos XII, XIII y XIV.   

En Contraposición con los judíos orientales, los sefardíes (llamados así por creer que España es la famosa Sefarad de la que habla el Antiguo Testamento) cultivaron hondamente la Filosofía y, en asocio con los musulmanes, tradujeron a Aristóteles y revivieron la esencia del Pensamiento Griego, consolidando la famosa “Escuela de los Traductores”, que floreció en una Toledo fulgurante que estaba convirtiéndose en la nueva Alejandría.   Allí, se hicieron diversos estudios de la Ciencia, la Cábala y la Mística y los judíos escribieron importantes libros de Filosofía.   Pero se iba incrementando en el pueblo el odio hacia el judío usurero y recaudador y comenzó el asecho contra estos. Pero, gracias al poder de convicción de la favorita del rey Alfonso IX, se recobró la calma y la clase judía dominante pudo continuar en la Corte con sus riquezas extraordinarias. 

En 1215, el Concilio de Letrán proclamó la ruptura entre cristianos y judíos e instituyó  a Dominicos y Franciscanos como encargados de la lucha contra la herejía.  Desde entonces, los judíos no serían vistos como el “pueblo escogido” sino como “el pueblo que mató a Cristo”. 

Al notar los teólogos cristianos que el Talmud “tiene injurias contra Jesucristo, la Virgen y los cristianos”, el Papa Gregorio XIII solicitó a las autoridades eclesiásticas secuestrar los sagrados textos de los judíos.  En 1357, se levantó una hermosa sinagoga en Toledo, hoy llamada la Sinagoga del Tránsito, y en 1366, comenzó la guerra entre el rey Pedro I de Castilla y su hermanastro Enrique de Trastámara, quien resultaría ganador, con el apoyo del pueblo, gracias a su firme posición de perseguir y eliminar a los judíos, que, según él,  eran los causantes de la peste negra y de la pobreza de los campesinos. 

Sería bueno anotar que el ministro de hacienda del vencido Pedro I era el judío Samuel Ha Levy.   Enrique de Trastámara ordenó quemar las sinagogas y la realización de terribles matanzas en las juderías.  Hubo gran cantidad de bautismos impuestos por el miedo y se dice que en las juderías de Gerona corría la sangre, como las aguas del Nilo en tiempo de Moisés.  Toda Castilla, Cataluña y Mallorca adolecieron de iguales barbaridades. En Valencia, San Vicente Ferrer instó a los jóvenes a que destruyeran las juderías.  Desde entonces, el pueblo judío quedó disperso y empobrecido y sus integrantes, convertidos a la fuerza en cristianos nuevos o en judíos fugitivos.  

En el siglo XIII, en Tortoza, el Papa Benedicto XIII y San Vicente Ferrer condenaron el Talmud como libro peligroso y unieron sus fuerzas para convencer a los judíos de que si no se convertían al Cristianismo, se verían sometidos a feroz persecución.  Muchos abjuraron de su fe, pero los que conservaron sus milenarias creencias, se vieron reducidos a la pobreza y a la incertidumbre de la asechanza de sus enemigos.   En 1391, fueron sacrificados cerca de 100.000 judíos, según cuentan los historiadores. 

Luego vendría la unificación de Castilla y Aragón con el matrimonio de los Reyes Católicos, quienes inicialmente tuvieron buenas relaciones con los judíos, pero, guiados por el afán imperante de que la península profesara una sola religión: la cristiana, se dieron, con autorización del Sumo Pontífice, a la tarea de crear la Inquisición Española y reducir a todo aquel que atentara contra los principios del catolicismo, comenzando por los judíos, contra quienes se emprendieron procesos, que solo produjeron orgías de hogueras, en Ávila y otras ciudades. 

Mucho se ha especulado sobre el origen converso de Torquemada, el gran inquisidor, y es que la verdad es que no había mayores perseguidores de los judíos, que los mismos conversos, como el célebre rabino Salomón Ha Levy, convertido al catolicismo por San Vicente Ferrer, con el nombre de Pablo de Santa María, quien, desde el Obispado de Burgos, persiguió a sus hermanos de raza, con tanta intensidad como lo haría después su hijo el famoso obispo de Burgos y Cartagena Alonso de Cartagena, considerado el padre del Humanismo Español. 

En 1481 ya no quedaban judíos en Sevilla y el 31 de marzo de 1492 la reina Isabel La Católica sancionó el decreto por el cual se declaraba la expulsión definitiva de los judíos sefardíes de España.  Paradójicamente, en ese mismo año se produjo el Descubrimiento de América, en buena parte auspiciado por la ayuda financiera de los judíos españoles.  Tal decreto dio un plazo de cuatro meses a los judíos para convertirse definitivamente al Catolicismo o salir de España so pena de muerte y confiscación de todos sus bienes.  

Muchos se convirtieron, aunque íntimamente continuaban acatando la fe judaica; otros tuvieron una verdadera conversión al Cristianismo y los demás, que siguieron fieles a su herencia ancestral, tuvieron que salir de la tierra que los vio nacer, en episodio dramático que les recordaba aquel Éxodo en el que salieron de Egipto, guiados por Moisés.  Los judíos no conversos debieron regarse por todo el mundo y hasta el día de hoy padecen las agresiones del antisemitismo. 

Cuando los sefardíes salieron de España continuaron hablando el castellano de la época, por ellos llamado “ladino”. Actualmente, muchos de sus descendientes sienten aún que su tierra es la española.  Sus parientes conversos continuaron gozando de inmensas riquezas en la Península y de ellos viene toda la magia de la literatura picaresca española y genios de la altura de Cervantes, Fray Luis de León, Góngora, Santa Teresa de Jesús (nieta de un rico mercader judío de Toledo) y Juan Luis Vives, cuyo padre judío fue quemado vivo.  

Pero, para exponer el valor de la herencia que este increíble laboratorio de mestizaje cultural ha dejado nos ha dejado a los españoles y a quienes de ellos descendemos, sería necesario un libro entero.  Por el momento, los medellinenses tenemos el inmenso privilegio de nutrirnos con las más de 200 piezas de primera calidad que componen la muestra “España, encrucijada de civilizaciones”.

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