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  • : El blog de Sergio Esteban Vélez
  • : En este sitio, la cultura es protagonista. Se puede apreciar lo mejor del arte y de la literatura colombiana, a través de entrevistas a sus mayores representantes y de más de un centenar de artículos sobre el trabajo de los mismos. También hay un espacio para la Historia, la Política y la Lingüística, además de una compilación de la obra poética que el autor ha desarrollado desde su niñez, cuando ya publicaba libros y era admirado en su país como "el Niño Poeta".
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El color según los maestros

Guerra, Padura y Manet

10 agosto 2012 5 10 /08 /agosto /2012 14:42

SERGIO ESTEBAN VÉLEZ

El Mundo, 8 de marzo de 2012

 

Hace un par de semanas, en el marco del bicentenario del nacimiento del último presidente del Estado Soberano de Antioquia, don Luciano Restrepo, recordábamos el dramático episodio de su "retención" y muerte, tras la Guerra de 1885.

Hoy, con motivo del Día Internacional de la Mujer, quisiera compartir con ustedes una interesantísima carta que el mencionado presidente Restrepo enviara a su hija mayor, María Concepción, la víspera del matrimonio de ésta, en marzo de 1872, con el empresario y hombre cívico Carlos Restrepo Callejas.

Del texto manuscrito (absolutamente inédito), que guardaba en su casa mi fallecida pariente Sofía Escobar de Gil Sánchez, transcribo estos fragmentos, que resultan de la mayor pertinencia a la hora de reflexionar acerca de la evolución del papel de la mujer en la sociedad y de la consolidación de sus derechos, en menos de una centuria:

"Mi querida hija María Concepción:
(…) En tan solemne circunstancia creería faltar a mi deber si no te diese algunos consejos e hiciese algunas advertencias, que, hijas de la experiencia, juzgo pueden auxiliarte y servirte de guía en el curso de tu existencia.

En primer lugar debes ser siempre muy aseada en tu persona y limpia en tu vestido: esto no solo por la salud y por propia estimación de sí, sino porque sostiene la ilusión del marido, a lo cual la mujer debe aspirar más cada día.

Sé armónica con los gastos domésticos, sin ser miserable, pues tan vituperable es el despilfarro, como la tacañería. Debes, pues, medir y pesar lo que compres y no confiar la llave de la despensa a los sirvientes.

Jamás, nunca tengas ninguna cosa reservada para tu marido y complácelo en todo: estudia su corazón y adivina, si es posible, sus pensamientos para que te anticipes a llenar sus deseos.

Procura prestarle oportunamente esos pequeños cuidados que tanto agradan al hombre, como peinarlo, ayudarle a arreglar su barba, vestido, etc.

Emplea toda tu dulzura en calmarlo cuando esté molesto, en aliviarle cuando esté sufriendo, haciéndole oportunas y suaves reflexiones, y jamás lo contraríes abiertamente, pues con la maña te será fácil traerle siempre a razón o levantar su espíritu abatido.

Sé resignada con tus enfermedades naturales y con todo trabajo que Dios te mande: el mucho quejar atormenta o molesta a los que nos rodean y no mitiga nuestras dolencias ni disminuye nuestras penas.

(…) Sé amable y buena con todos los miembros de la familia de tu marido, segura de que en esto le complacerás.

(..) Nunca exijas nada de tu marido, ni le pidas te lleve a ninguna clase de diversión. Cuando creas conveniente que se haga alguna cosa indícaselo.

(...) Nunca salgas de casa sin que tu marido sepa a dónde vas y procura volver antes de las horas en que él acostumbra entrar.

La mujer casada no debe frecuentar las iglesias y solo debe ir a ellas a cumplir con los deberes que la religión le impone y de vez en cuando a alguna solemnidad. No hay nada más impropio que una madre de familia devota.

Tu marido debe elegir el sacerdote que dirija tu conciencia y no debes confesarte a menudo como lo hacen la mayor parte de las mujeres. Es conveniente que el director espiritual sea viejo y respetable, bien conocido.

(..) Procura conversar con tu marido sobre sus negocios y atender mucho a lo que te diga, pues esto, en caso de enfermedad o muerte de él, puede serte muy útil.

Después de Dios en el cielo, el marido en la tierra: no debe pensar la mujer sino en la dicha de él, sacrificando la suya si fuere preciso.

Establece orden y método en todos tus trabajos domésticos, igualmente que los de tus sirvientes y no olvides que las llaves deben tener un puesto determinado.

Si Dios te da hijos, sé buena y cariñosa con ellos, sin mostrar jamás preferencia por ninguno.

Si tu marido por desgracia llegare a extraviarse alguna vez, tolera y aprovecha aquellos momentos de confianza íntima que hay entre los casados para hablarle, haciéndolo siempre con muy buen modo y dulzura.

Jamás des cabida en tu corazón a los celos: esta pasión hace de la vida conyugal un infierno y una mujer que se estime no debe descender hasta la humillación de darlos: ella debe creer que su marido es el mejor hombre del mundo.

Sé caritativa con arreglo a tus facultades y siempre de acuerdo con tu marido.

(…) Después de la bendición de Dios recibe la mía; por que Él te guíe y seas dichosa son los ardientes votos de tu padre que con el corazón te quiere.

Luciano Restrepo".

¿Podrán mis distinguidas lectoras creer que, en el siglo XIX, don Luciano sobresalió como un dirigente "ultraliberal" y "de avanzada"?

 

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