SERGIO ESTEBAN VÉLEZ
El Mundo, 30 de junio de 2010
Carlos Gardel, Carlitos, en la soledad de mis noches más negras, en las crisis sinuosas de mis tristezas, se hunde tu voz entre mi médula… y me lleva a un naufragio irrescatable.
Quisiera entonces recostarme en la Tierra de Fuego. Andar en La Boca por aquel “caminito” de tus compases, y al aventarme a apretar un bandoneón contra mi pecho, arrebatarle sus quejidos místicos. Cómo me llena tu eco de saudade, con la melancolía de su tempo.
Cómo se exacerba la nostalgia, que sube por mis nervios. Cómo me llega al fuero íntimo… de la misma manera que tu canto se convirtió en el mejor bálsamo para el duelo de tu pueblo: tu pueblo, que eres tú: ¡Argentina = Tango = Gardel!
Al evocarte, quiero dejarme llevar, a media luz, por tus himnos acerbos, en el rincón sentimental de un arrabal porteño.
Cambiaste el mundo. Bajo la luna de coral que alumbra el Río de la Plata, vagó tu voz, de bar en bar; y tus aires veristas les amainaba el duelo del exilio a tantos europeos marineros de la vida y del ensueño.
Y te volviste ídolo. Rodolfo Valentino ascendía a otros mundos con el sabor de madreselvas del rumor de tu tórax, y la altivez exclusivista de los salones parisinos fue vencida por tu cántico ¡tango empapado en champaña! Una generación entera, bohemia y turbulenta, calmó el ahogo de su pena con tus tonos catárticos; y el drama de tus bailes, agónicos, sensuales, les llenaba el vacío existencial. He ahí el poder de la lágrima que tenías en la garganta, esa de la que habló Enrico Caruso.
El tango es “un pensamiento triste que se baila”, decía Santos Discépolo. Y aunque no bailabas bien, nadie pudo detener la cadencia de tus ritmos, y la emoción ungida a tus cuerdas trágicas se adueñó de los sueños y de los desamores de todo un hemisferio (que nunca ha podido descifrar tu misteriosa infancia, ni comprender la angustia oscura de tus ojos, que cantaban a dueto la elegía y la nostalgia de tu Pampa).
Hasta que un día, en Medellín, santuario eterno de tu efigie, tomaste el vuelo hacia la gloria, hacia el camino necesario para pasar de ídolo a leyenda inmortal. Así, hace 75 años, “tus ojos se cerraron”, y se consumó la fusión definitiva de tu ser entero entre las fibras de la esencia de mi pueblo paisa. Y te quedaste para siempre en nuestra Bella Villa, en nuestra vida, en nuestra alma.
Hoy, 75 años después, tu presencia sigue viva en ésta, nuestra Tacita de Plata, y tus tangos han logrado lo impensable en esta tierra: congregar en torno de un argentino más que centenario gentes de todas las razas, de todas las edades, de todas las clases sociales e intelectuales. Porque el dolor es patrimonio universal, y tu obra sólo puede compararse con la Ópera, en la verdadera traducción de la tragedia humana.
Post scriptum: dedico esta columna a mis gardelianómanos amigos Dora Ramírez, Mariluz Uribe, Jaime Jaramillo Panesso y Darío Ruiz Gómez.
Punto aparte: Mis felicitaciones al abogado, galerista y ex concejal de Medellín Fernando Díaz Díaz, quien, el pasado viernes, recibió la distinción Paul Harris, la mayor condecoración que otorga el Club Rotario de Medellín. ¡Merecidísimo reconocimiento!