SERGIO ESTEBAN VÉLEZ
El Mundo, 2 de febrero de 2011
En estos días, me he puesto en la tarea de organizar una serie de entrevistas que hice al maestro David Manzur, acerca de las particularidades de su lenguaje expresivo artístico. En uno de estos diálogos, que no han sido publicados todavía, cuando lo interpelo acerca de la significación del color en su vida y en su trabajo, me encuentro con unas reflexiones suyas, sumamente profundas e interesantes. En la columna de hoy, quisiera compartir con ustedes la transcripción que he hecho de estas consideraciones inéditas de uno de los más sagrados maestros del Arte Colombiano:
“El ser humano está en un mundo de colores. Se me ocurre decir que el color me identifica como individuo de este planeta. El color, entonces, sería, la vida.
Dicen que la luz viene originada del Sol. Un haz de luz contiene la frecuencia del rojo, del azul, del verde, del amarillo, que, a su vez, se descomponen, por ejemplo, en el arcoiris, generando siete colores. Diría uno que el concepto primario del color parte de ahí.
Qué es para uno el color tiene una connotación casi psiquiátrica, porque el color tiene mucho que ver con el estado de ánimo. Cuando estamos en una habitación donde hay una gran influencia del rojo, del color ladrillo, indudablemente el color crea, prepara el espacio para un diálogo, para una manera de estar, que no sería la misma si la habitación fuera azul o gris.
El noventa por ciento de mi vida ha sido manejando colores y pintando, pero yo creo que nunca voy a saber qué es para mí el color. Todo alrededor del color lo sé. Por ejemplo, que la vibración entre el blanco y el negro se descompone en los colores básicos de los que ya hablé. Hay todo un estudio que me tocó hacer, en Rochester, de cómo el ojo humano devuelve la frecuencia lumínica, ese rayo que puede proceder de la luz de día o de una fuente eléctrica.
Si hablamos del negro y del blanco, que en realidad no son colores, diríamos que el blanco, en teoría física, es la presencia de toda la luz y el negro es la ausencia de la misma. El ojo humano no puede ver ni el blanco absoluto, ni el negro absoluto. El blanco que se puede generar recogiendo un rayo del sol, en el cenit, a las doce del día, de un día de verano, que es el tope máximo que existe, si el ojo lo captara, se destruiría. Eso ocurre, por ejemplo, cuando hay un eclipse de Sol: si tú lo miras, se produce un filamento en el cual la frecuencia, el rayo, se divide como agujas que pueden quemar la retina. El negro absoluto tampoco lo puede ver el hombre. Se han hecho unos experimentos en los cuales encierran a alguien en una cápsula con ausencia absoluta de luz, y aquel termina viendo su propia sangre. El cuerpo humano emite una forma de luz y la sangre es fosforescente.
El color es tan relativo, que existe un artista muy importante que pinta cuadros negros. Esos cuadros los ponen en salas negras, y cuando uno llega, tiene que esperar entre cinco y diez minutos para que el ojo baje a la circunstancia ambiental de la ausencia de la luz y encuentre que esos cuadros, en vez de ser negros, lo que tienen es rojos, verdes, azules, pero mezclados con negro, a tal punto que casi entran en el campo del negro, del negro de la pintura, que no es otra cosa que un gris oscuro, para no confundirlo con el negro de laboratorio, que es la ausencia absoluta de luz, cosa que el hombre no puede detectar.
Tal vez, la muerte sea el negro absoluto. El color es tan anímico, que sería petulante decir qué es para mí el color. Si yo dijera que el color puede cambiar mi estado de ánimo, como lo hace la Música, estaría mintiendo. Si yo dijera que el color me puede producir un cambio térmico, estaría mintiendo, aunque, en teoría, el color es en cierta manera térmico, al punto de que hay ciegos, cuya sensibilidad, por la falta de la vista, es tan grande, que con la yema del dedo pueden adivinar la diferencia entre un rojo y un azul, por temperatura”.
De mis entrevistas y mis conversaciones con David Manzur, podría publicar un libro entero. Pero, como lo más probable es que mis propias obras y mis otras temáticas como columnista no me dejen el tiempo necesario para ello, he decidido dar a conocer algunos de sus pensamientos poco a poco, como en esta ocasión.
Punto aparte: Desde estas páginas, nos unimos a las manifestaciones de condolencia ante el deceso del doctor José Tejada Sáenz.
De él, la faceta que nos tocó conocer no fue la del “gran maestro de la Ingeniería Antioqueña”, como fuera “coronado”, sino la del impenitente devoto de las Artes Plásticas y de la Música. Recuerdo su apoyo a numerosas entidades culturales y su presencia infaltable en la mayoría de las actividades artísticas de nuestra ciudad, siempre acompañado por su dignísima esposa, doña Sonny, primera ingeniera de nuestro país.
Esta pasión del doctor José por todo lo relacionado con el Arte fue cultivada en su hogar paterno (no es gratuito que dos de sus hermanos, Hernando y Lucy Tejada, tengan puesto de honor en la nómina de los grandes artistas de Colombia). Posteriormente, él mismo la insuflaría en sus hijos, con el feliz resultado de que todos ellos han vibrado con esta elevada emoción espiritual. Es el caso de su hija Natalia, quien ha sido una de las más meritorias trabajadoras de la promoción de la cultura en nuestro medio.
El doctor José nos dice adiós, pero su presencia sigue vigente en nuestras cotidianidades, a través del legado de su vida entera construyendo ciudad.