SERGIO ESTEBAN VÉLEZ
Por estos días, uno de los temas más comentados en nuestra Medellín es el decreto por medio del cual el Gobernador de Antioquia prohíbe que, en las instituciones educativas del Departamento, se realicen reinados, desfiles de modas y cualquier otra actividad que resalte la belleza de la mujer paisa o los demás atributos (como la simpatía y las buenas maneras) que generalmente son premiados en los reinados.
Hace cinco años, en estas mismas páginas, publiqué dos columnas sobre ese mismo tema. Con todo respeto hacia el señor Gobernador y hacia ustedes, queridos lectores, me gustaría reproducir de nuevo algunas de las consideraciones que en tal momento expuse, y que hacen pensar que los reinados en nuestro país, hacen más bien que mal:
Si en nuestro medio es bien visto que haya quienes trabajen sin descanso para llegar a ser ricos; que otros se dediquen a leer compulsivamente para volverse los más cultos; que otros entreguen su vida a la oración para ser los más espirituales, y que los deportistas entrenen con todas sus fuerzas, constantemente, para ganar una medalla olímpica... ¿Por qué se ataca el hecho de que una persona se consagre a hacer ejercicio, vigile sus comidas y se someta a toda clase de masajes, retoques y otras torturas, con la finalidad de mejorar su apariencia estética y ser la más bella? ¿Por qué es loable la meta de “domar el cuerpo” para nadar más rápido que los demás, pero no la de disciplinarlo y pulirlo para tener una figura armoniosa?
Bien sabemos que en el exterior, la imagen de Colombia es mayoritariamente negativa y que el nombre de nuestro país es casi siempre asociado con narcotráfico y violencia. Pero me contaba una embajadora que los pocos aspectos positivos por los que es conocida Colombia en el Orbe son, en su orden: el fútbol (aunque ya no seamos sobresalientes en este deporte), las reinas de belleza, las telenovelas (justamente, por la belleza de las actrices), el café y las esmeraldas. Infortunadamente, en esta lista no están incluidos nuestros escritores, artistas y científicos, ni la amabilidad de nuestras gentes, ni tantos otros tesoros de nuestra patria.
Y el segundo lugar que ocupan las reinas se debe, más que todo, a que casi siempre nuestras representantes resultan incluidas entre las finalistas de Miss Universo y de los demás reinados mundiales. Ellas presentan, entonces, lo bello de Colombia y hacen que los miles de millones de televidentes de estos certámenes queden enamorados, por un minuto, del fascinante producto de nuestra mezcla de razas. Los que se esfuerzan por hacer que el nombre de Colombia se luzca ante el mundo, ¿saben cuánto vale un minuto de publicidad positiva en la televisión mundial?
Las altas posiciones que alcanzan nuestras reinas en estos concursos incrementan la reputación del país, tanto como cuando (como acabamos de gozarlo) obtenemos medallas en olimpiadas o campeonatos internacionales y deberían enorgullecernos, como cuando vimos a la paisa Mariana Pajón reinando en el podio del BMX.
Y como, gracias a los reinados, se ha propagado por el mundo la fama de que nuestras ciudades son las que tienen más mujeres bellas por kilómetro cuadrado. Cuando uno conversa con los extranjeros que visitan Colombia, se encuentra con frecuencia con que ellos manifiestan que vinieron atraídos por la célebre belleza de sus mujeres. Y son muchos los que, soñando con la dulzura y delicadeza de nuestras féminas, vienen al país a encontrar esposa... Y justamente esto es lo que hace que miles de muchachas pobres de Cartagena y Santa Marta se despierten todos los días con la única ilusión de que algún turista se case con ellas y las saque de su infrahumana miseria.
Y no sólo el turismo se nutre de los reinados, sino también, el empleo, incluso en los pequeños reinados de fiestas municipales. Y todo esto sin hablar de la alegría enorme que traen los reinados a nuestra gente. Hasta en el precario colegio del pueblo más pequeño, perseguido por la violencia y la pobreza, los reinados logran que las personas olviden por un instante el agobio oprobioso de sus terribles flagelos y rían y aplaudan con regocijo. ¿Será que sobra un escape como este, ante los males dolorosos que afronta Colombia?
Y precisamente, en relación con los problemas sociales del país, nuestras reinas cumplen una formidable labor de apoyo a un sinnúmero de causas cívicas y de beneficencia. Las señoritas Colombia y las demás reinas, activísimas y generosas, pasan su año de reinado dedicadas a participar gratuitamente en eventos de caridad. Este es uno de los motivos por los cuales son recordadas con tanto cariño.
Siendo una producción nacional de larga tradición, para cuyo éxito colaboran múltiples sectores y una inmensa cantidad de personas, y considerado como una industria, el proceso de los reinados se puede equiparar al de las Danzas Folclóricas y al de las Artesanías... ¿Y quién y con cuáles argumentos podría oponerse a éstas o, peor aún, prohibirlas?
El Mundo, 16 de agosto de 2012