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  • : El blog de Sergio Esteban Vélez
  • : En este sitio, la cultura es protagonista. Se puede apreciar lo mejor del arte y de la literatura colombiana, a través de entrevistas a sus mayores representantes y de más de un centenar de artículos sobre el trabajo de los mismos. También hay un espacio para la Historia, la Política y la Lingüística, además de una compilación de la obra poética que el autor ha desarrollado desde su niñez, cuando ya publicaba libros y era admirado en su país como "el Niño Poeta".
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27 septiembre 2012 4 27 /09 /septiembre /2012 10:22

SERGIO ESTEBAN VÉLEZ

 

 

El pasado domingo, el omnisciente Juan Paz publicó la nota «Uribe vs. Arizmendi», en la que se refiere a los supuestos orígenes de «la enemistad del expresidente Uribe y el periodista Darío Arizmendi».

Esto me hizo recordar una historia que, en su momento, me llenó de tristeza y de decepción.

Octavio Arizmendi Posada, hermano de Darío, fue uno de mis mejores amigos y su muerte es una de las que más he lamentado. El doctor Arizmendi, con su prestancia moral, fue quien se encargó, meses antes de las elecciones del 2002, de aunar al conservatismo antioqueño en torno a la figura del candidato Álvaro Uribe Vélez.

La popularidad del candidato subió a velocidad inusitada y su victoria en las elecciones de ese mayo fue avasalladora.

Semanas más tarde, tomando el té con el doctor Octavio en su casa Astorga (del Opus Dei), me cuenta que el presidente electo acaba de ofrecerle la embajada ante la Santa Sede. Lo noté tan entusiasmado, que me convencí de que pronto estaría él fungiendo en ese cargo, para el cual estaba «mandado a hacer».

Y cuán sorprendido quedé cuando me enteré de que el doctor Octavio había declinado la oferta. Para ese entonces, el Presidente de la República ya había asumido el mando, y nuestro querido doctor Octavio había asistido a su acto de posesión.

Supongo que la razón por la cual nuestro amigo se abstuvo de aceptar ese nombramiento fue el hecho de que presentía la enfermedad que poco después lo llevaría al sepulcro, o de que ya se la habían anunciado (aunque lo guardó en el mayor secreto). Se le notaba, sin embargo, sereno y satisfecho, talvez porque, aunque él mismo no representaría al país en la diplomacia, sus hermanos sí desarrollarían tal función. Durante ese primer gobierno de Uribe, Hernán Arizmendi Posada fue cónsul general en Houston, y en el consulado en Madrid estuvo Adriana Mejía (esposa de Ignacio Arizmendi, el gran historiador).

En cuestión de meses, el doctor Octavio estaba ya sumido en la depresión profunda que lo acompañó hasta su muerte. Más tarde, nos enteramos de su cáncer terminal.

Mi amiga la poeta Olga Elena Mattei y yo creímos que se hacía imperiosa la necesidad de que el gobierno nacional rindiera entonces homenaje de admiración y gratitud a nuestro amigo enfermo, aquél que fuera el más recordado de los gobernadores de la Antioquia de los años 60, aquél que, como ministro de Educación, fundara Colcultura, Coldeportes, Colciencias, el Icfes, y que más tarde fuera el gran líder forjador de entidades como la Universidad de la Sabana y el Convenio Andrés Bello.

Olga Elena y yo enviamos cartas a la Presidencia de la República solicitando que al doctor Octavio le fuera impuesta la Cruz de Boyacá y explicando los motivos por los cuales debía actuarse con urgencia. No recibimos respuesta.

Poco después, en una Feria del Libro, me encontré por casualidad con el doctor José Obdulio Gaviria. Le dije: «Doctor José Obdulio, necesito un favor importantísimo». «Dígame, poeta», respondió él. Le conté, entonces, que al doctor Octavio le quedaban pocos días de vida y le rogué que intercediera ante el gobierno para que fuera condecorado con la Cruz de Boyacá, como homenaje último, en nombre de la nación entera. Le dije que no era necesario organizar banquetes ni ceremonias para esta condecoración. Que era simplemente cuestión de que el Presidente o la Canciller le impusieran la «orden» en su lecho de muerte. La respuesta, gentil y generosa, del doctor José Obdulio fue: «Poeta, el doctor Octavio tendrá la Cruz de Boyacá el lunes». Luego corrigió: «No, el lunes no. El martes, que el Presidente viene a Medellín».

Y pasaron el lunes y el martes, y las semanas y los meses... y no se hacía efectiva la promesa.

En noviembre del 2004, en la ceremonia de imposición de la Cruz de Boyacá al doctor Jorge Rodríguez Arbeláez, me acerco al Presidente de la República, con la reverencia que siempre le he tenido, y le recuerdo que el doctor Octavio todavía está vivo y consciente, aunque está agonizando. Hago énfasis en que todavía es tiempo de exaltarlo con la más alta condecoración de la patria, en que lo importante es que él se vaya a la tumba con el recuerdo de ese honor. El Presidente me hace entender que está enterado de las peticiones que Olga Elena y yo hemos hecho y me dice, palabras más, palabras menos: «Ya para qué». Y cuando replico, insistiendo en la importancia de esta recompensa al doctor Octavio, el Presidente reitera su «Ya para qué» (no recuerdo sus palabras exactas).

Una semana más tarde, el doctor Octavio entrega el alma al Señor.

Y, a los pocos días, el Presidente ofrece en Palacio gran homenaje póstumo a Octavio Arizmendi, con presencia de sus hermanos y sobrinos.

Hoy, ante la evidente antipatía entre el expresidente Uribe y Darío Arizmendi, me pregunto si el doctor Octavio pudo ser víctima de la misma o si, por el contrario, la historia que acabo de narrar tuvo algo que ver en la explosión de tal animadversión.

 

El Mundo, 23 de mayo de 2012

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